Más de 30 países celebraron el 8 de noviembre el Día Mundial del Urbanismo, convocando a un conjunto de disciplinas que buscan mejorar el diseño y la gestión de las ciudades, incorporando las ventajas de la IA y la mirada sostenible del desarrollo, en un planeta sobrepoblado que subsiste en condiciones climáticas críticas.

Más allá de políticas públicas habitacionales, del desarrollo de obras públicas y del acceso equitativo a servicios; hoy experimentamos con especial satisfacción, la participación activa de los actores de cada territorio, poniendo en valor la importancia de ciudades amigables y responsables en el largo plazo.
Un concepto interesante en este sentido es el que ofrece la “ciudad inteligente” (smart city), que propone una evolución en base al uso de tecnologías de información y manejo de datos, para hacer más eficientes sus servicios. Lo anterior permite el uso sostenible de los recursos de la ciudad, mejorando así la calidad de vida de sus habitantes. En este sentido, la ciudad inteligente debe ser capaz de articular distintos sectores de forma armoniosa, rescatando las interacciones entre estos, tales como telecomunicaciones, seguridad, transporte, salud, agua potable, energía, manejo de residuos y reciclaje, tanto en la operación diaria como en la planificación prospectiva de la ciudad.

Con este propósito por delante, la ciudad inteligente usa una variedad de sensores, el “internet de las cosas” (IoT), redes de comunicaciones, interfaces y software especializados para generar, transmitir, almacenar y analizar los datos de interés. Su primer paso es monitorear las variables críticas en los distintos sectores que interactúan en una ciudad, es decir, generar datos útiles. Un ejemplo de lo anterior puede ser la medición del nivel de tráfico en avenidas con tendencia a congestionarse. Finalmente, una vez que disponemos de los datos, la inteligencia de la ciudad viene dada por el software que analizará los datos para generar recomendaciones operacionales, por ejemplo, el estado de un semáforo.